15 septiembre, 2007

13 septiembre, 2007

Tardes de cine

Los mejores recuerdos que tengo de mi infancia son aquellos en los que yo estoy sentada en un viejo cine del centro junto a mi papá. Todos los fines de semana, o casi todos, mi papá me llevaba al cine, la mayoría de las veces a lugares como el Lido, el Gran Palace, el Santa Lucía... por supuesto cuando existían, cuando no habían llegado las grandes cadenas con multisalas con dolby y esas cosas... y cuando no exhibían películas porno de bajo presupuesto. Cuando yo era chica, ese era el tipo de cine al que se iba en la familia... Con piso de madera, muy pocos eran alfombrados, con gruesas e incómodas butacas de cuero, donde te daban un papelito enrrollado con el número de tu asiento -"punta de banca", decía mi papá... y yo sabía que eso nos daba dos lugares en el extremo de la fila- y donde un señor te guiaba por el pasillo con una linterna. En la entrada había una pequeña vitrina, donde mi papá siempre me compraba huevitos de almendras. No existía el olor nauseabundo de los pop corn con mantequilla, ni los hot dogs, ni nada parecido... guaguitas, gomitas con azúcar, hasta candys... y lo más sofisticado era el vizzio, pero sería.
Veíamos casi todas las películas que estrenaban, como mi papá es crítico de cine, tenía que ver todo lo que llegaba, así que vi con él desde Los Cazafantasmas, hasta Rocky, pasando por La Historia Sin Fin, La Guerra de las Galaxias, Ya Nunca más -con Luis Miguel, entonces mi amor platónico- y Dumbo.
Recuerdo haber sido infinitamente felíz en esa sala oscura, acompañada de mi papá, (quien a veces se quedaba dormido, pero yo le pegaba un codazo porque me daba verguenza que se durmiera, además, si no veía la película, no tendría con quién comentarla en la micro de regreso a casa). Qué ganas de volver el tiempo atrás y encontrarme de nuevo ahí, junto a mi papá, cuando se reía conmigo y me miraba con ojos de orgullo... cuando pensaba que yo era la niña más linda de la tierra y no tenía que preocuparse demasiado por quién llegaría a ser yo en la vida... y yo lo miraba y sentía que siempre ibamos a estar así, cómplices, sentados uno al lado del otro, pasando tardes maravillosas. Era feliz, muy feliz. Eso es lo que más recuerdo... no necesitaba nada más en la vida, no quería grandes viajes, ni una casa propia, menos un trabajo que me hiciera sentir completa, tampoco un amor que me acompañara el resto de mi vida.
El cine, los huevitos y mi papá. Nada más.